¿Viviendo en Integridad?

Uno de los síntomas más frecuentes que percibimos en la sociedad es la falta de integridad. Hace muy poco se llevó a cabo las elecciones presidenciales y congresales en el Perú. Muchos candidatos han manifestado sus propuestas para la sociedad peruana, pero muchos han sido cuestionados por su falta de honestidad en temas personales vinculados con la corrupción.

En el Perú, durante las últimas décadas de República, los presidentes se han destacados más por sus episodios de corrupción que por sus hechos a favor de la ciudadanía. Cabe resaltar que aún las obras realizadas, tristemente, han sido vinculadas con favores internos para beneficiar a los poderes más grandes de la nación.

Usualmente, pensamos que sólo los gobernantes son los grandes artífices de la corrupción, y el resto solemos escabullirnos en nuestra propio “micro” sistema oscuro. ¿Qué quiere decir esto? Que la sociedad ha llegado al punto de medir la integridad bajo un estándar moral que sólo aplica a la alta sociedad. Es decir, solemos pensar que la falta de integridad sólo está relacionada con aquellos eventos políticos, donde un gobierno recibe una fuerte suma de dinero a cambio de haber entregado la concesión a una empresa para la ejecución de una obra. Y se suele pasar por alto la falta de integridad que podría ocurrir en un mercado, donde el vendedor no otorga el peso exacto que solicitó el comprador, o que este pague con un billete falso el precio de su compra.

Sin embargo, la iglesia, lamentablemente, no es ajena a esta realidad. Por muchos años ha existido una crisis que revela nuestra corrupción frente al mundo. Esto se ve reflejado en el mal liderazgo de algunos líderes que abusan de su autoridad con el propósito de sacar provecho de los bienes económicos de la iglesia. Por otro lado, muchos de estos ministerios se han visto envueltos en escándalos de pecados sexuales, o en ocasiones, es la congregación que no tiene un buen testimonio del evangelio con su prójimo.

La falta de integridad se vive en todas las esferas de la vida, por ello, esto representa un problema y deberíamos identificar qué es exactamente la integridad. El pastor Miguel Núñez, en su libro “Vivir con Integridad y Sabiduría”, lo define así: “la integridad es el valor que garantiza todos los demás valores”.1 Entonces, la integridad tiene una conexión directa con nuestro carácter. Es decir, de la manera que reaccionamos a una situación, eso reflejará nuestra integridad. En muchas ocasiones nuestras acciones comunicarán que es lo que tiene mayor valor para nosotros.

En la Biblia existe el registro de un hombre llamado Daniel, quien mantuvo su integridad, aun cuando vivía en un contexto donde todo estaba en su contra. Daniel fue llevado cautivo, bajo el gobierno de Nabucodonosor, rey de Babilonia; este rey, decidió reclutar jóvenes idóneos de las naciones conquistadas para asumir un puesto en su corte real. El plan de Nabucodonosor era capacitar a estos jóvenes para que pudieran pensar, sentir y creer como los babilonios, con el propósito de extender su reino. Daniel y sus amigos se encontraron en la lista de postulantes. Daniel, tenía que estar separado de su tierra y familia; esta separación intentaba erradicar sus costumbres que usualmente desarrollaba, tales como: la lectura de la ley, la adoración y los sacrificios; ya que se encontraba en un nuevo proceso de entrenamiento.

Daniel, tenía que ser adoctrinado con nuevas enseñanzas paganas, y ser forzado a recibir una instrucción que jamás en su vida había recibido. Todo este adoctrinamiento tenía el fin de crear en Daniel una nueva identidad, por ese motivo tuvo que aprender un nuevo idioma, y su nombre fue cambiado a Belsasar, que directamente estaba asociado a un dios pagano.

Si eso no era suficiente, llegó el momento de la prueba de Daniel; él y sus amigos fueron invitados a la corte del rey para participar de un banquete. Frente a Daniel, estaban las mejores comidas y bebidas que probablemente antes no había visto. La Escritura en Daniel 1:5-8, dice: “Y les señaló el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía; y que los criase tres años, para que al fin de ellos se presentasen delante del rey. 6Entre éstos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. 7A éstos el jefe de los eunucos puso nombres: puso a Daniel, Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego. 8Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse”.

Este hombre de algún modo pudo permitir ser instruido en una nueva enseñanza, aprender un nuevo idioma, y hasta aceptar que le cambiarán su nombre, sin embargo, en cuanto al asunto de la comida, Daniel no negoció con ello ¿cuál era el problema con la comida? él sabía que participar de la comida del rey, era participar de un acto de adoración a los dioses. Para Daniel, era como establecer una alianza entre él, el rey y sus dioses paganos.

Esta decisión implicaba algo más: Daniel creyó en el mensaje que proclamaban los profetas de Dios; ellos advirtieron al pueblo y decían que el juicio de Dios caería sobre su nación. Daniel reconoció la soberanía de Dios sobre su nación y sobre su vida; para él, no era una casualidad su estadía en Babilonia. Por otro lado, Daniel era consciente a la vez de su responsabilidad. Bajo la situación que se encontraba y la presión a su alrededor, pudo haber sido arrastrado por el pecado. Sin embargo, Daniel propuso en su corazón no contaminarse porque creía que sus acciones y decisiones tendrían repercusiones.

¿Qué llevó a este hombre a mantenerse firme en su posición? En una sola frase: La integridad. Para mantenerse en integridad existe tres pensamientos que Daniel consideró:

Primero, el temor a Dios. Daniel creía en un solo Creador de los cielos y la tierra. El temor reverente a Dios le permitió resistir y mantenerse firme ante la tentación.

Segundo, el dominio propio. Daniel no accedió a la invitación del rey. No estaba frente a cualquier rey, estaba frente al rey más poderoso de aquellos tiempos. Daniel tuvo dominio propio y coraje aun si su vida corría peligro.

Tercero, el crear alternativa. Daniel escuchó la invitación y la rechazó, pero no se quedó en suspenso, Daniel propuso una solución, solicito ser alimentado con legumbres y verduras.

Las respuestas de arriba no buscan crear en nuestros corazones una demanda que blinde nuestras vidas, ni mucho menos una estrategia o pasos para seguir una vida de integridad, sino una dirección que nos ayude en un momento donde nuestra integridad puede ser probada.

El hombre de algún modo puede cambiar su actitud, pero hay algo que jamás puede hacer por sí mismo, y es cambiar su propio corazón. Solo Dios tiene el poder de cambiar nuestro corazón y transformar nuestras vidas. Esta transformación no es producto de alguna obra humana, esto es algo que viene fuera de nosotros, es una transformación por medio de la obra de Cristo.

La base de nuestra transformación es la gracia de Dios vista en el evangelio de Jesucristo. Cuando verdaderamente la gracia de Dios está obrando en nosotros, también obrará a través de nosotros. La renovación de nuestras mentes y corazones crea una obra externa que nos impulsa a vivir en santidad. El evangelio de la gracia es el combustible para vivir en integridad. En la medida que experimentemos el Evangelio, observaremos nuestra necesidad de depender en la obra del Espíritu Santo y con diligencia buscaremos vivir en integridad.

Si deseamos vivir en integridad, necesitamos una renovación espiritual, y la única manera de renovar nuestra vida interna y externa, es a través del evangelio.

1 Miguel Núñez, Vivir con Integridad y Sabiduría. Editorial: B&H Publishing. 2016. p 27

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Vive en Lima, Perú. Es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Gracia. Tiene una Licenciatura en Educación, Maestría en Artes en Southern Baptist Theological Seminary y una Maestría en Divinidad en Midwestern Baptist Theological Seminary. Actualmente, es candidato al Doctorado en Ministerio en Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Laura, con quien tiene una hija. Le encanta leer y tener conversaciones acompañado con una taza de café.

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