Hace poco leí la historia de cómo Jesús llamó a sus discípulos a dejar todo y seguirlo a él. En el siglo IV, un grupo de personas llamados monjes buscaban lugares desiertos para apartarse de la sociedad, su bullicio y sus tentaciones. Para tales personas, el desierto representaba un atractivo único. No se trataba naturalmente de vivir en las arenas del desierto, sino de encontrar un lugar solitario para dedicarse a la oración y a escribir sobre la vida de los santos. Es verdad que algunas veces nos gustaría hacer lo mismo. No porque queremos sentirnos súper espirituales y así supuestamente estar más cerca de Dios, sino porque seguir a Cristo en un mundo caído con personas pecaminosas es cansador. Cada día leemos los periódicos, vemos las noticias que muestran cómo el mundo parece estar empeorando y desear pelear la buena batalla de la fe parece volverse más difícil con el tiempo. ¿No sería más fácil mudarme al desierto, dedicarme a una vida de oración, y no tener que lidiar con el mundo?
Un ambiente aislado
Tristemente, algunos cristianos han caído en este pensamiento tentador a la hora de responder o interactuar con la cultura que los rodea. En lugar de estar presentes en el mundo para apuntar a Cristo con nuestras palabras y obras, preferimos aislarnos en una burbuja cristiana. Culturalmente hablando, esto se ve cuando solo leemos libros escritos por cristianos, solo contratamos a personas cristianas para trabajar en nuestras empresas, solo queremos tener amigos y compañerismo exclusivo de cristianos, y no nos asociamos, relacionamos, ni tenemos vínculos con personas no cristianas.
Muchos cristianos han luchado con cómo interactuar con la cultura. En las palabras de Andy Crouch, por mucho tiempo los cristianos han tenido una “relación disfuncional” con ella:
“Las relaciones disfuncionales ocurren cuando cada parte solo ve lo peor en el otro. Cuando los cristianos hablan de la cultura, a menudo hablan de las peores cosas al respecto. Cuando la cultura representa a los cristianos, representan sus peores cualidades (juzgones, defensivos, etc.). La relación está bloqueada a punto donde no hay posibilidad de una conexión fructífera”.
Por lo tanto, muchos cristianos sienten que el mayor peligro en este mundo es cultural, y prefieren vivir fuera de él.
La pregunta clave para nosotros como cristianos es ¿Cómo respondemos a la cultura? ¿Qué hacemos como cristianos?
Primero, debemos entender qué es cultura. Muchos hablan de la cultura sin jamás definir el término. Algunos la definirían como las tradiciones, costumbres, y valores de un grupo étnico. Otros tal vez como sus expresiones humanas en las ciencias, artes, y humanidades. Ciertamente la cultura abarca estas cosas, pero creo que necesitamos una definición más robusta para entenderla. Andy Crouch en su libro Culture Making, define cultura de la siguiente forma:
La cultura es lo que los seres humanos hacen del mundo. En ambos sentidos. La cultura es las cosas que hacemos. Dios da un mundo lleno de fibras y hacemos ropa. Dios nos da un mundo lleno de madera y hacemos instrumentos. Dios nos habla y nosotros hacemos idiomas. La cultura es el significado que hacemos. Este mundo no viene con una explicación, sin embargo, todos sentimos que debe significar algo. Hacemos sentido del mundo haciendo cosas en el mundo”.
La cultura es tanto las cosas que hacemos en este mundo como el significado que le encontramos a este mundo. En otras palabras, el instrumento del guitarrista es tanto un artefacto cultural como las palabras emotivas expresadas en su canción. Tanto los sistemas gubernamentales como las ideologías que los respaldan son expresiones culturales.
Segundo, debemos entender cuál es el mandato cultural del cristiano.
En Génesis1, vemos a Dios como el Creador de todo. En Génesis 2, el cuadro cambia y vemos a Dios más como cultivador (gobernante) de lo que ya creó. De repente, vemos a Dios invitando al hombre a participar en ambas cosas: la cultivación como la creación. Dios invita a la humanidad a participar en la obra de la creación en que nos permite tomar las materias primas que él ha creado, y de ellas crear nuevas cosas. Un claro ejemplo de eso esto es (Génesis 2:19) donde Dios le da a Adán la obra de “crear” nombre para los animales.
El mandato cultural es cultivar. Es tomar el material hecho por nuestro Creador y hacer nuevas cosas con él. Este llamado creativo no es meramente artístico, sino que se expresa en cada esfera vocacional. Cultivamos la cultura cuando encontramos curas a enfermedades, hacemos leyes para proteger los indefensos, edificamos torres, y creamos nuevas herramientas, etc. Cada persona aporta algo a la cultura a su alrededor, ya sea médico o emprendedor o cualquier cosa en el medio.
Dentro de esa perspectiva de creación y cultivo Andy Crouch nos da una respuesta a la participación del cristiano en la cultura. Crouch describe cuatro respuestas que un cristiano puede tener en cuanto a la cultura: condenar, criticar, copiar o consumirla.
¿Cómo participar en la cultura?
Jesús, en el sermón del monte, levanta el tema que los creyentes deben ser, “la sal de la tierra, y la luz del mundo” (Mateo 5:13-14). A pesar de que como creyentes en Cristo nos reunimos frecuentemente en iglesias locales con otros creyentes, la intención de Dios nunca ha sido que nuestra influencia en la sociedad sea mínima. Al contrario, los verdaderos cristianos deben tener una excelente y profunda influencia en sus propias ciudades y comunidades.
Todo comienza teniendo un entendimiento claro de la Cosmovisión Cristiana – este término describe la realidad que hay una perspectiva cristiana sobre la vida. La Biblia nos apunta a cómo debemos entender la vida, cómo debemos vivirla y cómo debemos interactuarnos con los otros miembros de la sociedad.
Bíblicamente, la base de nuestra interacción con otros es la gracia de Dios visto en el evangelio de Jesucristo. El evangelio, correctamente entendido, nos recuerda constantemente de dos cosas principales. En primer lugar, nos recuerda que somos pecadores y no merecemos nada de bueno. Esa verdad debe producir en el cristiano una humildad profunda que le permite interactuar con otros de manera bondadosa, siempre perdonando. En segundo lugar, nos recuerda que Dios nos acepta basado en la justicia de Cristo. Esa verdad produce en el cristiano un coraje que le permite servir a otros sin pretensiones porque el cristiano confía en su posición de aceptación con Dios.
Un cristiano que viva basado en el evangelio y en el cambio de vida que el evangelio produce tiene la capacidad de seguir la excelencia en todo lo que haga. Dios nos ha llamado a ser cultivadores y creadores de la cultura. Busquemos reflejar la gloria de Cristo en todo lo que hagamos, entendiendo que Dios dará el crecimiento según su voluntad. Que Dios nos use en nuestra ciudad para fomentar una renovación cultural de excelencia en lo laboral y en la convivencia urbana mientras vivamos y comuniquemos una verdadera cosmovisión cristiana basada en el evangelio de Jesucristo.
Autor
Vive en Lima, Perú. Es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Gracia. Tiene una Licenciatura en Educación, Maestría en Artes en Southern Baptist Theological Seminary y una Maestría en Divinidad en Midwestern Baptist Theological Seminary. Actualmente, es candidato al Doctorado en Ministerio en Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Laura, con quien tiene una hija. Le encanta leer y tener conversaciones acompañado con una taza de café.
- Rubén Villarhttps://blog.graciaenlima.com/author/ruben/
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