Relaciones Marcadas por el Evangelio

¿Sabes cuál es el gran mandamiento de la ley? En una oportunidad un hombre, un intérprete de la ley, se le acercó al Señor Jesús haciéndole esa misma pregunta, pero con el propósito de tentarlo. Jesús con paciencia y misericordia le respondió de esta manera: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Mateo 22:37- 39

El gran maestro, en su profunda sabiduría, resumió de una manera sencilla pero a la vez profunda todo lo que la ley y los profetas dijeron en el Antiguo Testamento. Jesús estableció dos ejes fundamentales tocantes a las relaciones. Un eje vertical hacia Dios y un eje horizontal hacia nuestros prójimos (creyentes e incrédulos), formando de esta manera un ángulo perfecto cuyo valor principal es el amor.

Más adelante, Dios, por medio de su Espíritu Santo, inspiró al apóstol Juan para escribir estas palabras: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero». 1Juan 4:19. Juan, más conocido como el discípulo amado, afirmó que el hombre tiene la capacidad de amar como consecuencia natural de haber conocido primero el amor de Dios manifestado en la persona y obra redentora de Jesucristo. Es gracias a este amor redentor que el hombre, nacido de nuevo, puede llegar a amar a Dios con todo [su] corazón, y con toda [su] alma, y con toda [su] mente. Énfasis añadido por el autor.  

En consecuencia, dice Juan, todo aquel que ha nacido de nuevo debe amar a su hermano como una evidencia tangible de haber conocido a Dios y de amar a Dios. «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» 1Juan 4:20. Una vez más, Juan, nos enseña que el amor genuino por Dios y por nuestro prójimo debe extenderse en ambas direcciones.

Sin embargo, es posible que alguno argumente de esta manera: «Amar a alguien [Dios] que nos tiene paciencia, nos ama, nos soporta, nos tiene misericordia, nos dice cosas buenas, nos protege y nos bendice inmerecidamente cada día, ¡es muy sencillo! ¿Cómo no amar a alguien así? Pero las personas que nos rodean, no necesariamente hacen lo que Dios hace con nosotros». Si tenemos una perspectiva como esta, obviamente tendremos serias dificultades para amar o mostrar interés hacia nuestro prójimo. Especialmente frente a aquellos con quienes no tenemos afinidad. Aquellos que no se parecen a nosotros. Aquellos que de alguna forma nos causan un poco de malestar o nos hacen algún tipo de daño. Sin importar si te agrada o no, si se parece a ti o no, recuerda: «Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano». 1Juan 4:21 

Factores que obstaculizan las relaciones

Aunque pudiera haber muchos factores que obstaculicen las relaciones, me gustaría mencionarte uno en particular, el cual es capaz de manifestarse de dos maneras. Estoy hablando de la “vanagloria”.

La vanagloria en nuestras relaciones. «No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros». Gálatas 5:26. Ojo que Pablo no está afirmando que los Gálatas sean “vanagloriosos”. Sin embargo, lo que sí dice es que pueden llegar a serlo, «no nos hagamos vanagloriosos». De igual manera, no estoy dando por sentado que sean vanagloriosos, pero potencialmente podemos llegar a serlo

La vanagloria por definición significa «arrogante o vanidoso». Timothy Keller, hablando de este tema, argumenta que:

«Esa vanagloria produce una necesidad de probar nuestro valor a nosotros mismos y a los demás. Lo cual a su vez lleva a la persona a compararse con los demás. Cuando parecemos mejores que otros en algún aspecto, nuestra hambre de honor se infla y nos hace sentir grandiosos. Cuando parece que somos inferiores a otros, nos devastamos por la misma razón».[1]

Según Pablo, si somos vanagloriosos, estaremos «irritándonos unos a otros, envidíandonos unos a otros». La palabra griega para «irritar» se refiere a las provocaciones mutuas desarrolladas en un combate o en un desafío atlético. Mientras que la palabra «envidiar» tiene la connotación de querer algo que legítimamente le pertenece a otra persona, o querer que esa persona no tenga eso en particular.

Keller añade lo siguiente: «En otras palabras “provocar” es la actitud de alguien que está seguro de su superioridad, viendo hacia abajo a alguien que percibe como más débil. “Envidiar” es la actitud de alguien que es consciente de su inferioridad, viendo “hacia arriba” a alguien que cree que está por encima de él».[2]

Por consiguiente, lo que Pablo está diciendo, en otras palabras, es que la superioridad y la inferioridad son dos formas de ser vanagloriosos en nuestras relaciones. No pensemos que la inferioridad, la autoflagelación o como algunos sostienen “la baja autoestima” es sinónimo de humildad. El apóstol Pablo hablando de la humillación y exaltación de Cristo dijo: «Nada hagáis por contiendo o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros». C.S. Lewis afirmaba: «la humildad no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo».

En conclusión, la vanagloria socava las relaciones entre hermanos y con cualquier otra persona que esté a su alrededor, debido al espíritu de competencia, superioridad y egoísmo, presente en sus relaciones. Sin embargo, en el contexto de Gálatas hay algo más que el apóstol Pablo nos quiere enseñar. Los Gálatas luchaban con aceptar un falso evangelio, es decir, buscar una justicia propia por medio del cumplimiento de la ley (legalismo). Y sin duda, el legalismo siempre producirá en el corazón del individuo un sentido de superioridad (si cumple con su propio estándar) e inferioridad (porque siente que no está logrando alcanzar ese mismo estándar).

Relaciones marcadas por el Evangelio

Solo el Evangelio es capaz de erradicar la vanagloria de nuestras vidas, porque afecta nuestra cosmovisión, afecta radicalmente como nos vemos a nosotros mismos en relación a los demás.

«El evangelio crea una nueva imagen…Me humilla ante cualquier persona, diciéndome que soy un pecador salvado solo por gracia. Pero también me envalentona delante de cualquiera, diciéndome que soy amado y honrado ante los únicos ojos en el universo que realmente cuentan».[3]

Además, el evangelio no solo nos libra de la vanagloria, sino que también nos capacita para vivir en comunidad. «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo». Gálatas 6:1-2

Si realmente «andamos en el Espíritu» como lo dice Gálatas 5:25, somos «espirituales», nuestras relaciones se caracterizaran por una profunda humildad y no por «vanagloria». Podremos cumplir eficientemente nuestra responsabilidad de «restaur[ar]» con «mansedumbre» la vida de nuestro hermano caído «considerándo[nos] a nosotros mismos» no sea que también seas tentados. Podremos «sobrelleva[r] los unos las cargas de los otros, y cumpli[r] así la ley de Cristo»

¿Qué quiso decir Pablo con «cumplid así la ley de Cristo»? Pablo tenía en mente el principio del amor y del servicio mutuo. «Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Gálatas 5:13-14. Esta ley de Cristo es el principio de amor de los unos para con los otros que Cristo mismo estableció (Jn. 13:34; Gá. 5:14; Stg. 2:8). Sin embargo, Cristo no sólo promulgó esta ley, sino que también la ejemplificó. Recordemos la ternura con que trató a la mujer pecadora (Lc. 7:36–50), al ladrón penitente (Lc. 23:43), a Simón Pedro (Lc. 22:61; Jn. 21:15–7), a un inválido (Jn. 5:14) y a la mujer que fue hallada en adulterio (Jn. 8:11), entre otros.

Ciertamente, Cristo, en obediencia al Padre y en conformidad a esa voluntad, cargó en sí mismo los pecados que nosotros no podíamos llevar. «Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados». 1Pedro 2:24. ¿Conoces realmente a Dios? ¿Amas a tu hermano de la manera que Cristo te amó? ¿Respondes con vanagloria o con humildad frente a tus relaciones? ¿Es el Evangelio la cura de tu vanagloria? ¿Está alineada tu voluntad a la ley de Cristo? ¿De qué maneras demuestras amor a tus hermanos en la fe? ¿De qué maneras estás reflejando el amor de Cristo ante aquellos que aún no le conocen?

[1]Timothy Keller, Gálatas para ti, traducido por Cynthia Verónica Pérez, (Colombia: Poiema, 2014). 168.

[2]C.S. Lewis, citado por Timothy Keller, Gálatas para ti, traducido por Cynthia Verónica Pérez, (Colombia: Poiema, 2014). 169.

[3]Ibíd., 170-171.

 

Autor

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Sirve como uno de los pastores de la Iglesia Bautista Gracia, en Lima - Perú. Estudió una Licenciatura en Teología Pastoral en la Universidad Cristiana de Las Américas en Monterrey, México. Está casado con Jessica López con quien tiene un hijo llamado Josías.

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