El Evangelio es lo Principal

Uno de los fenómenos de nuestra era moderna es que tenemos un especialista para cada cosa que puede salir mal.  En el mundo médico, eso es una gran bendición.  Nadie quiere una enfermera que realice un trasplante de riñón.  Al observar el panorama de la vida moderna, vemos que hay especialistas y «expertos» en casi todos los campos: la psicología, la educación, la terapia, la política e incluso el desarrollo deportivo.  No es de extrañar que las personas en general hayan comenzado a apoyarse en la capacidad de los «expertos» para proporcionarnos los remedios y las soluciones para los diferentes problemas que enfrentamos en la vida.  Sin embargo, esta tendencia moderna de confiar en los especialistas se pone en conflicto consigo mismo cuando se enfrenta a esta pregunta: ¿qué hago cuando los expertos de diversos campos (o incluso dentro de un mismo campo) ofrecen soluciones que están en conflicto entre sí.  Por ejemplo: una persona lucha con la depresión.  Es probable que el médico lo dirija a una solución médica, el psicólogo a los subyacentes factores emocionales, mientras que un educador puede argumentar que la falta de capacitación académica y social ha creado una situación en la que la depresión es más probable.  Entonces, ¿cuál es el correcto?  ¿En cuál de ellos puedes confiar?  ¿Qué consejo sigues?  La verdadera pregunta es: ¿Alguno de ellos llega al núcleo del problema?  ¿Hay alguna forma de encontrar respuestas genuinas a las necesidades más profundas de nuestras vidas?

La pregunta que deberíamos hacernos para poder captar el corazón del dilema humano es la siguiente: ¿hay un problema central, un problema fundamental, en el corazón de todas mis luchas y fracasos?  La Biblia afirma que hay un problema central y que el problema está dentro de mi propio corazón.  El mundo rechaza esa manera de entender nuestro problema; en cambio, afirma que el problema está fuera de nosotros.  Podría ser un mal ambiente en el hogar, la falta de educación, el abuso del pasado, la falta de haber sido amado y aceptado, o algo más.  Si bien la Biblia reconoce libremente que esas situaciones influyen en la formación de la identidad y el carácter de una persona, no nos permite llegar a la conclusión de que cualquiera de esos factores sea de primordial importancia cuando se trata de definir lo que está mal con nosotros.  El Apóstol Pablo resume lo que está mal con nosotros cuando dice en Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.  En resumen, fuimos creados para traer gloria a Dios y disfrutarlo para siempre, pero debido a que somos pecadores desde el nacimiento, nos hemos quedado muy lejos de los propósitos de Dios para nosotros.  Nuestro mayor problema es el pecado que está arraigado en nuestros corazones.  Somos rebeldes a Dios, seres creados quienes buscamos nuestra propia gloria en lugar de buscar su gloria.  Buscamos satisfacernos con las cosas que Dios ha creado en lugar de permitir que Dios nos satisfaga consigo mismo.  Oímos las palabras de David en el Salmos 27:4: “Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré…para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”, y en realidad no podemos decir lo mismo con honestidad.

La manera en la que entiendas el problema de nuestra mayor necesidad afectará, sin duda, la forma en que entiendes la solución a nuestros problemas.  Si crees que nuestras mayores necesidades pueden explicarse médicamente, entonces los médicos que forman soluciones a largo plazo para una vida saludable se convertirán en tus héroes.  Si uno cree que los problemas centrales de las luchas de las personas son sus necesidades emocionales, entonces el psicólogo y el terapista se convertirán en los héroes.  Si la sociedad considera que la falta de educación es la explicación principal de por qué las cosas son tan malas en la sociedad, entonces una nueva generación de educadores se alzará para ofrecer soluciones, y serán honrados y tenidos en alta estima.  Sin embargo, si entendemos que el mayor problema en el mundo de hoy es que cada ser humano nace con una naturaleza pecaminosa, una inclinación hacia el “yo”, y que Dios, a causa del pecado, maldijo el orden creado, entonces podemos comenzar a hacer sentido de todos los demás problemas del mundo.  El pecado es el verdadero problema; los otros problemas son los síntomas y los resultados del hecho de que el corazón es desesperadamente perverso.  ¿Cuál es la solución?  ¿Puede un médico o una terapista o un político proporcionarnos una respuesta al problema real en nuestros corazones?  No.  Lo que necesitamos es a un Salvador.  Necesitamos que se resuelva el problema de nuestro pecado, y eso requiere un Salvador.  Necesitamos ser perdonados.  Necesitamos estar bien con nuestro Creador.  Necesitamos ser cambiados por dentro.  Necesitamos una nueva naturaleza.  Es por eso que necesitamos a un Salvador.

En I Conrintios 15, Pablo está llegando al final de una larga carta a la iglesia en Corinto, y él decide volver a lo básico.  Les recuerda el evangelio que les había predicado y en el cual debían depositar toda su confianza (15:1).  Les recuerda que el evangelio es de primera importancia (15:3).  Luego, resume las afirmaciones del evangelio que comienzan con esta declaración tan clara: «Cristo murió por nuestros pecados…»  ¿Ves lo que subyace en la afirmación de Pablo acerca del evangelio?  El evangelio es de primera importancia, es lo principal, porque el evangelio es la buena noticia de que el problema central de nuestra existencia, el pecado, ha sido tratado.  Jesucristo murió para resolver el problema de nuestro pecado.  Él murió para salvarnos de los resultados de nuestro pecado.  Pablo continúa con la misma frase para decir que Cristo fue sepultado y que fue resucitado de entre los muertos al tercer día (15:4).  Su resurrección es la base de nuestra confianza en que cuando Jesús murió, él realmente trató el tema de nuestro pecado.  El argumento es el siguiente: si Dios le dio nueva vida a Jesús, entonces él puede dar nueva vida a aquellos que vienen a él con fe.  La resurrección de Jesús me da la confianza de que Dios realmente me ha dado una nueva vida en mi ser interior, y que esta nueva vida es tan real que me llevará hasta la eternidad con Dios.

En Efesios 2, Pablo hace algo para nosotros que es muy especial y poderoso.  Él despliega el evangelio de una manera que nos ayuda a dar sentido a nuestras vidas, nuestras luchas, el mundo en que vivimos y nuestro propósito en esta vida.  Él comienza diciéndonos que todos nosotros estábamos muertos en nuestros pecados. No había ninguna posibilidad de que encontráramos a Dios, o incluso que lo buscáramos genuinamente por nuestra cuenta (2:1).  Para dar evidencia y peso al hecho de que no teníamos esperanza, Pablo menciona el hecho de que teníamos tres enemigos que se nos oponían: el mundo, Satanás y nuestra propia carne (2:2-3).  Menciona esos tres enemigos en este contexto porque quiere mostrarnos cuán desesperada fue nuestra situación.  Estábamos muertos en nuestros pecados sin esperanza de encontrar la salvación por nosotros mismos.  Éramos “por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (2:3).  Pero luego, ¡Dios entró en escena!  ¡Dios actuó!  Debido a su abundante misericordia y su gran amor, optó por darnos nueva vida (2:4-5).  Estamos seguros de que esta nueva vida es eterna porque en las edades venideras, Dios quiere mostrarnos las riquezas de su gracia y bondad en Cristo Jesús (2:6-7).  Esta gracia se convierte en nuestra, no por ninguna obra de nuestra parte, sino solo por creer estas promesas de Dios (2:8-9).  Pablo describe lo que ha sucedido en nosotros como una nueva creación.  Él dice: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras…” (2:10).  Dios nos encontró muertos en nuestros pecados, creó en nosotros esta nueva vida que es Cristo en nosotros, y está comprometido a trabajar en nosotros las buenas obras genuinas, la evidencia de una nueva vida.

¿Ves por qué el evangelio es lo principal?  ¿Sientes en tu propio corazón la necesidad de recordar estas verdades del evangelio?  El evangelio nos recuerda de dónde venimos: estábamos perdimos irremediablemente en el pecado.  El evangelio nos recuerda que merecemos la ira de Dios como todos los demás.  Eso nos humilla.  Cuando empezamos a pensar demasiado bien de nosotros mismos, debemos volver a estas verdades del evangelio y recordar de dónde venimos.  El evangelio también nos recuerda que la gracia, la misericordia y el amor de Dios son tan grandes que Dios nos rescató de nuestro pecado, nos tomó como personas espiritualmente muertas y nos hizo vivir con Cristo; él nos dio una nueva vida.  Cuando aceptes plenamente esas verdades del evangelio, te elevarán al lugar donde veas que tu justificación, tu identidad, tu valía y tu gozo están todos fundamentados en el glorioso evangelio de Jesucristo.  ¡Qué fundamento!  ¡Es por eso que el evangelio es lo principal!

 

 

Autor

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Está casado con Cheryl y tienen tres hijos, Lauren, Micah y Abigail. Juntos han trabajado como misioneros en el Perú desde el año 2006. Es el pastor principal de la Iglesia Bautista Gracia, en el centro de Lima. Tiene su Bachiller en Educación de la Universidad de Bob Jones, y una Maestría en Teología de Calvary Baptist Theological Seminary.

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