Desde muy joven a menudo escuchaba decir a mis padres que me cuidará de mí mismo. Ellos, que me conocían muy bien, sabían que en cualquier momento mi corazón podía ser llevado por los placeres del mundo. Las advertencias de mis padres hacían eco cuando estaba lejos de ellos, y aún mientras crecía no solo me daba cuenta que debería tener cuidado con las cosas del mundo, sino que “cuidar de mí mismo” se hacía muy evidente en mi interior, donde continuamente sufría las grandes luchas espirituales.
Muchos podríamos ser realistas de las tentaciones que nos rodean, pero pocos podríamos estar dispuestos a confesar que esas luchas comienzan directamente en nuestro corazón, y rápidamente nos encontramos en la tensión de la vida cristiana.
Por un lado, tienes toda la intención de agradar a Dios viviendo en santidad, y por el otro lado luchas internamente en tu corazón con tus propios pecados que evidentemente nadie puede ver pero que eres consciente que eso está mal en ti. Estoy convencido de que nadie que ha sido verdaderamente convertido a Cristo desea andar en la carne, por consiguiente, vive esta tensión.
Los dos extremos peligrosos
Si tuviéramos que examinarnos a nosotros mismos, siendo conscientes de nuestra realidad, es muy probable que nos hayamos visto reflejados dentro de estas tristes realidades. Por un lado, podemos poner por debajo la perfecta santidad de Dios pensando de manera corta sobre su carácter, y no darle la posición que la Biblia le da. Por otro lado, podemos poner muy en alto nuestra propia justicia, haciéndonos merecedores de algo mejor por nuestro propio desempeño. Tertuliano, el antiguo padre de la iglesia, lo describió de esta manera: “así como Jesús fue crucificado entre dos ladrones, igualmente el evangelio siempre está crucificado entre estos dos errores”.[1]
Asimismo, Tim Keller añade lo siguiente: “A menudo los denomino religión e irreligión; los términos teológicos son legalismo y antinomianismo…Estos dos errores constantemente buscan corromper el mensaje y robarnos el poder del evangelio”.[2]
En otras palabras, el antinomianismo, que es el liberalismo, nos muestra que podemos llegar a abusar de la gracia de Dios teniendo nuestras vidas para buscar el placer propio, viviendo bajo el concepto que ya somos salvos, y no hay la necesidad de vivir una vida santa.
El libertinaje es un punto muy fácil de poder percibir dentro del ambiente evangélico, sin embargo, encontramos el otro error que usualmente se presenta como algo bueno, pero es más sutil y peligroso. El Legalismo, nos muestra el intento del corazón de buscar la aceptación de Dios por medio de mis buenas acciones, según la ley; es decir, vivir una vida santa y buena para merecer una santificación.
Si la santificación únicamente dependiera de nuestro desempeño, la vida muy pronto se convertirá en una conformidad basada en mi propio estándar moral y búsqueda de aprobación delante de Dios. El creyente que constantemente vive de esta manera se encontrará bajo una gran duda, y se preguntará ¿he hecho lo suficiente para Dios?
Su enfoque central queda siendo un auto-enfoque; un egoísmo profundo. Aun las buenas obras de la persona no son tan buenas porque detrás de las mismas está la motivación principal que no es el bien del prójimo, sino, su propia aceptación delante de Dios.
¿Dónde encuentro la solución?
Tal vez hasta este punto en tu conciencia estás buscando la manera de cómo matar las obras de tu carne, cómo despojarte de tus pecados, cómo huir de las tentaciones, tal como la Biblia nos muestra, pero te aseguro que de alguna u otra manera es probable que caigas otra vez.
Tal vez estás buscando examinar tus “buenas obras” y te das cuenta que durante todo este tiempo has vivido bajo un legalismo encubierto, donde observas que tu pecado, por más refinado que pueda ser, de igual modo es pecado delante de Dios.
Por nosotros mismos no podemos hacer nada para cambiar nuestros corazones, somos incapaces. No quiero engañarte, no te quiero dar sugerencias o estrategias de como vencer este mal en tu vida. Quiero levantar tu mirada a un punto alto, algo más grande. Quiero guiarte al evangelio de Jesús.
El evangelio de Jesús
El verdadero evangelio nos muestra que no puedo vivir una vida libertina como si no me importara nada, pues debo recordar que a Cristo le costó el derramamiento de su sangre para el perdón de mis pecados en la cruz. Además, el verdadero evangelio nos muestra que Dios nos acepta basado en la justicia de Cristo, jamás a base de nuestro propio desempeño o el desarrollo de una vida moral.
En Gá 2:16, Pablo expresa el corazón del evangelio, “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.”
El evangelio nos dice, cree en el Señor Jesucristo, y solo eso basta. Dios te salva totalmente basado en su gracia. Toma un tiempo para confesar y arrepentirte de tus pecados. Si tu deseo por Cristo es más grande que tus propios deseos de pecar, haz comenzado a guiar tu corazón al evangelio, si no es así, vive conforme a la verdad del evangelio, y corre a Cristo para encontrar en Él, tu salvación y santificación. “Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación; y redención” (1 Co. 1:30-31).
[1]Tertuliano, citado por Timothy Keller, Iglesia Centrada, traducido por Athala Jaramillo (Miami: Editorial Vida: 2012), 35.
[2]Timothy Keller, Iglesia Centrada, traducido por Athala Jaramillo (Miami: Editorial Vida: 2012), 35.
Autor
Vive en Lima, Perú. Es uno de los pastores de la Iglesia Bautista Gracia. Tiene una Licenciatura en Educación, Maestría en Artes en Southern Baptist Theological Seminary y una Maestría en Divinidad en Midwestern Baptist Theological Seminary. Actualmente, es candidato al Doctorado en Ministerio en Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Laura, con quien tiene una hija. Le encanta leer y tener conversaciones acompañado con una taza de café.